domingo, 21 de noviembre de 2010

El diseño (o design)

Descripción y análisis de una delicada situación

1. Llevábamos más de dos meses en los bosques de Bialowieza estudiando los hábitos de los últimos ejemplares de bisonte europeo con el fin de elaborar un informe sobre “Los gestos atávicos. Genética del toro de lidia” que completaría el dossier que debía entregarse a la Unesco en un par de meses más. Objetivo: Los toros, patrimonio material de la Hu
manidad.
2. En la dacha (o cabaña) que era nuestro observatorio y hogar hacía un frío que helaba el moquillo, y que también heló las cañerías.
3. Se rompió el grifo del fregadero.
4. Nos quedaban poquísimos duros polacos (zloty).
5. Los cacharros sucios (y llenos de pegotes de grasa helada) se acumulaban en el fregadero.

Secuencia temporal para la resolución de un problema de platos sucios solucionado por un homo-mulier sapiens sapiens


1. Estudio económico de la cuestión. No teníamos bastantes zlotys para pagar a un fontanero.

2. Decidimos acercarnos hasta la ferretería de Bialowieza para estudiar la posibilidad de apañar nosotros un grifo.
3. Descubrimos que las medidas del grifo de la ferretería no coincidían con la distancia entre el caño del agua fría y el del agua caliente en nuestra dacha, lo que achacamos a la falta de homologación entre las medidas soviéticas de las cañerías y las capitalistas de los grifos.
4. Cundió el desaliento, pero decidimos tomarnos algo calentito en la cafetería de enfrente y analizar nuestras posibilidades.
5. En un arranque de genialidad, ella, tan mulier sapiens, me sugirió que a ella lo mismo le daba que el agua caliente se mezclara con la fría en el grifo mismo o por debajo del grifo, y yo pensé, tras realizar varios croquis, que la cosa era factible.
6. Volvimos a la ferretería y compramos dos grifos.
7. Volvimos con los dos grifos a la dacha y los instalamos procurando que el resultado final fuera un grifo y además una artística escultura.

Y así fue como descubrimos el diseño:



lunes, 1 de noviembre de 2010

Buen gusto


Vivo en una ciudad partida. Partida por una línea oblicua. En la parte que queda "por encima" de la línea el aire es más liviano, más despejado, los cielos más azules. En la parte que se ha quedado "por debajo" de esta línea NO imaginaria, y a medida que uno se acerca al nivel cero del mar, las miasmas portuarias impregnan el aire, el cielo es como panza de burra, la humedad se condensa en calles estrechas, la humanidad, antes murciana y ahora china o paquistaní, se condensa también en habitaciones sin cédula de habitabilidad. Dicen quienes dicen saber de estas cosas que por encima de esa línea todo -casas, vegetación, calles y personas- tiene el SIGNO del buen gusto, y que por debajo de la línea –con sus tres o cuatro kilómetros de medio pelo por medio- todo es (según la terminología de estos gurmets) ORDINARIO y de MAL GUSTO. Veamos. Los de arriba (de la línea) tienen preferencia por los colores de dudosa procedencia natural. Sus preferidos son el beige y el azul marino, con algunas atrevidas incursiones en los grises perla y los rosas palo. Son gentes de escaso pelaje y sus mujeres lucen delgadez delicada, mechas doradas y voces aterciopeladas. Ellas casi siempre llevan coleta baja cuando van de compras y melena suelta y lacia para las grandes ocasiones. Ellos se recortan el pelo a tijera en cuanto las puntas rozan el cuello de la camisa y se arreglan las manos hasta lograr ese bruñido que no llega a ser brillo y esa asombrosa uniformidad en el corte de la uña. Ellos y ellas cuidan con esmero sus cuerpos con ejercicios y ayunos, cremas y bisturíes. No huelen. Tras innumerables siglos de prácticas desconocidas por debajo de la línea, desterraron de sus cuerpos los sudores y otras emanaciones más bajas que tanto pueden afear la vida. No hablan, murmuran su analfabetismo en varios idiomas impecablemente pronunciados y sólo atraviesan la línea para la exploración colonial armados de protectores inalámbricos e inyecciones tranquilizantes de la marca farmacéutica visa oro –o platino, o expreso americano-. Luego regresan a sus casas orientadas a mediodía y les cuentan a los suyos lo mal que huele por allí abajo. Sus casas son refugios de paz y silencio. Odian el barroco y lo barroco (aunque no saben lo que es) y prefieren la línea recta a la curva, los colores descoloridos, los espacios llenos de vacíos. Jamás enseñan nada de su baja existencia, aunque parece ser que la tienen. Sus bragas y calzoncillos se ocultan en cajones que huelen a talco y nunca se exponen en tendederos. Les gustan las flores cortadas y ordenadas con simetría y las prefieren blancas o desvaídas dispuestas en vasos transparentes. Ellas no paren con dolor, sino que dan a luz niños misteriosamente rubios que nunca chillan ni juegan a la pelota ni molestan a las visitas. Cuando tienen que reprimir los bajos instintos que alguna vez (animalitos) aparecen en sus herederos, echan mano, con humor comprensivo y desenfado, de símiles que aluden a "los de abajo": "pareces una verdulera", cuando a la niña le ha salido la voz de pito, o "no seas hortera", si el chico quería comprarse unos pantalones rojos. Son muy aficionados a la cultura sin grasas saturadas. En materia de pintura, pasaron suavemente de las florecillas, bodegones y retratos familiares de sus abuelos a los paisajes atmosféricos y las fotografías nebulosas. Toda señal de expresión es para ellos un ataque personal y les provoca picazones e incomodidades de entrepierna. Sus gustos literarios se reducen a pocos temas selectos. Uno de sus preferidos es cómo llevan la cornamenta, o cómo la ponen, los habitantes de los alrededores de Central Park, o de Hyde Park, o de cualquier otro parque con nombre anglo, y sus problemas aledaños: mudanzas, reparto de chucherías y de psicólogo, elección de habitaciones de hoteles, etc. Otro de los grandes temas de buen gusto (en cine, música o libros) es cómo follar con elegancia fuera de casa, o cómo volver a casa con elegancia después de follar, tanto da. Para ellos el campo es un paisaje y lo que ocurre en Somalia, en Gaza o en Guinea no es historia. Y cuando los aviones se estrellan contra las torres, cuando la no historia se estrella contra la historia, incrédulos, asombrados, buscan extraterrestres y sucesos paranormales, conspiraciones y amenazas bíblicas. Angelitos.

viernes, 15 de octubre de 2010

Todos hienas

Entre los nuevos partidarios del centralismo democrático, que son otra vez legión, corre una nueva consigna: hay que reír. Parece que la contracción espasmódica de los músculos faciales tiene efectos saludables sobre la producción de endorfinas humanas y sociales. De la observación más superficial saco yo en cambio nefastas conclusiones: los pueblos que se ríen mucho pasan hambre, excepto, claro, cuando están ya a punto para el hoyo. Frontera jodida que va de la risa al pasmo más inexpresivo. Mira que hay consignas estúpidas. No es que tenga nada contra la risa cuando viene al caso, pero no creo que convenga forzar tanto a la naturaleza. Si nos atropella, pongamos por caso, un coche en la vía pública, lo conveniente es lo que nos pide el cuerpo: pegar un grito inhumano, bien para advertir al atropellador de que estamos ahí, bien para que los viandantes recojan nuestros restos. Si, por ejemplo, pedimos en un restaurante una merluza y un amable camarero nos trae un pescado que hiede, no le daremos un puñetazo al camarero, pero tampoco nos partiremos de risa. Agradeceremos las amabilidades y, con la misma amabilidad, le pediremos que retire la pescada y nos traiga algo comestible (por favor), y si el camarero se pone pesado y nos asegura que el animal todavía coleaba el día anterior, que es como decirte come y calla, retiraremos de inmediato todas las amabilidades y pondremos cara de estar cabreados, porque lo estamos. Sonreír al coche que nos atropella o comerse con alegría el pescado podrido es un atentado contra nuestro instinto de supervivencia que, se mire como se mire, es un instinto muy respetable. Hay ejemplos infinitos, pero convendría que recordáramos uno de nuestra historia más reciente: aquel "sonría, por favor" que se convirtió en pegatina de seiscientos allá por los años sesenta y setenta del pasado siglo. Con aquellas sonrisas a cuestas permitimos que "nuestro" ministerio de información y turismo convirtiera la tortilla de patatas en tortilla española, las faves ofegades en habas a la catalana, y mucho más y mucho peor, muy sonrientes permitimos que aquellos "inventores" de platos regionales vendieran por cuatro perras las costas y los interiores y los convirtieran en retrete público. Jaja, qué risa. Si les hubiéramos arrancado a tiempo los dientes de reír con las tenazas de nuestra mala leche ancestral, otro gallo nos cantara. ¿Seríamos más ricos? No sabemos, pero al menos no tendríamos esta cara de pringaos. Pero no escarmentamos. Ya estamos otra vez con el disco rallado del optimismo. Yo no oigo otra cosa. Hay que estar alegres y acordarse de todos los remedios ocultadores de penas, desde el evangélico de poner la otra mejilla al proverbial "a mal tiempo buena cara". La sonrisa, la risa y el silencio. De la hienas. Pero a mí no me gusta la carroña, y cuando no me queda más remedio que comerla, me dan arcadas.

martes, 28 de septiembre de 2010

Elisa habla de las Benjumea

Las herederas de los Benjumea eran toas hijas. Ellas serían de mi edad y tenían novio. Venían aquí a la Puebla y salían con las Vargas. Algunas veces nos hemos juntado en misa con ellas, pero yo nunca dije, yo… y eso no se hablaba, que yo era la hija del maestro albañil, del maestro molino; ellas decían el maestro molino, pero buenoPero bueno que ellas venían aquí, iban a misa, traían vestidos más bonitos. Hubo una vez que empezaron a venir con unos vestidos de cuadritos…
Bueno, ella era amiga de Rosario Vargas y de Carmela, de Francisca no, ella era un poco mayor que Francisca y que yo. Bueno, pues la dos se echaron novio. Una se casó con un tal Torrontegui, y yo no sé si era futbolista del Sevilla. Y otra se casó con otro que era aviador. Juanita, se llamaba. Juanita era la del aviador. Ellas se iban al campo y el aviador venía aquí a verlas a ellas y aterrizaba allí en el campo y ellas se acercaban, y se formaba... Tú sabes, la gente. Y el aviador, hoy viene el aviador, y se acercaba mucha gente pa verlo. Y una vez vino el aviador sin avisar y no fue casi nadie, pero había un hombre allí trabajando, y el aviador el avión lo bajó tanto que se cargó al muchacho, a un muchacho que estaba trabajando allí, porque él aterrizaba donde le parecía: por tal terreno, por tal sitio. To esto es mío. Y era un trabajador de la casa, uno del campo, de tierras que tenían. Pero dio la casualidad que aquel día (porque siempre se sabía) no había gente. Cuando venía iba la gente, se montaba en los cerritos, pero aquel día no había na, ella no estaba tampoco esperándolo a él. Él vino a darle la sorpresa. El muchacho tenía ya tres o cuatro hijos y estaba trabajando en el campo. Quién se iba a imaginar… En el pueblo se habló mucho. Se investigó, pero ahí lo taparon to dándole a la familia un dinerito de porra frita. Porque lo que se tenía que haber hecho era haberle dao a esa familia, tú sabes, indemizao. Aquello fue en La Puebla mu gordo, porque él era un hombre mu bueno, vivían allí en el campo. Algo le darían: pa un entierro, pa… To mu triste. La gente aquí decía: debíamos de dar parte, de esto se debía dar parte, pero no se dio y tor el mundo se calló. Pero después él murió en un accidente de aviación, el aviador. Ya estaban casaos. Se casó con Juanita, Juanita se llamaba, Juanita Benjumea. Y ya ellos estaban casaos y tenían dos hijos o tres, me parece, y él venía de… no sé dónde, y ella estaba... Fue mu desagradable todo aquello. Eso me lo contaba a mí Francisca, que fue ella a esperarle y al aterrizar él se mató, se mató con el avión, hay que ver. Y la gente decía: dicen que no hay Dios y mira, mira. Pero lo otro se quedó.

viernes, 2 de julio de 2010

Baeza




En Baeza hacía frío y llovía a ratos. Debía de hacer muchos días que no paraba de llover porque las casas y los palacios de la plaza estaban muy grises, el empedrado brillante y el camino embarrado. Resbalábamos y teníamos que apoyarnos los unos en los otros. Estábamos alegres y asustados. Muy decididos y muy asustados. En las fotos no se nota el miedo, o se nota poco. Era el 20 de febrero de 1966. Tenía yo 10 años.
Esta nota de prensa es sin duda de Ignazio Delogu, "hispanista" del PCI, que aparece en una de las fotos:

Ha sido enviado de España este relato de un testigo ocular de la violencia empleada por la policía de Franco el 20 de febrero pasado con ocasión del homenaje al poeta Antonio Machado a un cierto número de direcciones extranjeras. Naturalmente, después de la acostumbrada violencia, las habituales multas de miles y miles de pesetas. También, las habituales distorsiones o minimizaciones o, qué duda cabe, el silencio de los grandes medios de comunicación. En cambio, se publican muy rápidamente, con comentarios tranquilizadores, las fotos de un autorizado fascista español en traje de baño en las aguas de Palomares junto al embajador de Estados Unidos. Sus sonrisas y sus bañadores son otra contribución a la terapia hipnótico-sedativa de todos los hombres libres (nota de la redacción).

Para el día 20 del presente mes de febrero, con el permiso de la autoridad, se había fijado el homenaje al gran poeta español Antonio Machado, muerto en 1939 en el sur de Francia, poco tiempo después de su forzado exilio. El homenaje iba a consistir en la inauguración de un monumento, un busto de bronce, de Pablo Serrano, en la pequeña ciudad de Baeza (Jaén), donde Machado había enseñado francés en un instituto situado en un bello espacio de la ciudad, con agradables calles por las que el poeta solía pasear frecuentemente. El homenaje llevaba por título "Paseos con Antonio Machado". La comisión organizadora, algo compleja, estaba compuesta por el juez de Baeza y por escritores y artistas residentes en Madrid. Algunos días antes de su celebración se publicó a toda página en el semanario Triunfo de Madrid una foto del busto acompañada de un artículo de Moreno Galván. También se publicaron otros artículos de adhesión a dicha celebración en algunos periódicos, así como otros testimonios públicos de solidaridad con el proyectado homenaje. Pero el día anterior apareció en algunos diarios una breve nota, de fuente desconocida, que anunciaba la supresión de la celebración. En aquel momento, la mayor parte de las personas que había decidido asistir al acto había partido ya desde diversos puntos de España: Alicante, Sevilla, Córdoba, Valencia, Barcelona, Bilbao, Madrid. La Guardia Civil esperó la llegada de los asistentes en las entradas de las diversas carreteras, cerrándolas. Dejó pasar a los turistas en un primer momento tras haber tomado nota de su documentación. Muchos, una vez apeados, continuaron el viaje en fila india. En estas condiciones llegaron a Baeza el día 20 cerca de 2.500 personas, mientras otros no consiguieron romper el cordón policial. El diario Jaén de aquel día anunciaba que "hoy Baeza homenajeará a Machado". Se inició el desfile hacia el lugar de reunión. Era una larga fila silenciosa de admiradores del poeta. Antes de llegar al punto de encuentro había algunos policías armados (llamados vulgarmente "grises" por el color de su uniforme) que impedían el acceso. Algunos participantes se adelantaron para pedir explicaciones, explicaciones que los policías no dieron. Llegó un teniente y otros refuerzos. El ambiente era muy tenso. El teniente dijo solamente que el homenaje había sido suspendido y que tenía orden de impedir el paso a quienes quisieran reunirse en dicho lugar. Él ignoraba las razones de esa orden. Se le pidió que hiciera llegar a cualquier autoridad (el alcalde u otro) el deseo unánime de obtener una aclaración. Pero el teniente no aceptó y amenazó con hacer que cargaran sus hombres. La gente se agrupó y manifestó su abierta decisión de esperar la llegada de cualquier autoridad que diera una clara explicación. El teniente retrocedió un paso e hizo una señal: los policías se alinearon y sacaron sus porras. El teniente citó un apartado referente al incumplimiento de la Ley de Orden Público y anunció que a la tercera señal la policía cargaría sobre la gente. Algunos se mostraron impasibles, dispuestos a mantener la anterior decisión. La policía, entonces, cargó. Los "grises" vacilaron ligeramente, pero el oficial tomó la pistola y gritó: "¡Cargad! ¡Cargad!". Un policía de la Brigada Político-Social tomó también su pistola, fuera de sí: "¡Cargad! ¡Cargad!". Todo lo demás fue violencia y brutalidad. La multitud gritaba: "¡Asesinos! ¡Asesinos!". Muchos cayeron bajo los golpes; se oían gemidos, gritos y muchos niños lloraban aterrorizados. Los "grises" persiguieron, implacables, a los pocos que al comienzo echaron a correr y golpearon brutalmente a los que se paraban enfrentándose para ayudar a los que se habían caído.
La gente, en masa, tras una carrera de dos kilómetros, llegó a la plaza en un clima de cólera, exasperación y terror. Algunos se refugiaron en un bar, pero los policías los sacaron violentamente a la calle de nuevo, siendo recibidos con una violencia todavía más terrible: golpes, insultos y todo tipo de brutalidad. Muchos fueron detenidos y después comenzaron las redadas, la caza del hombre por todas partes: nuevas detenciones. El pueblo asistió atónito a este horror. Los "grises" gritaron "A los coches", empujando a todos con violencia y siendo ayudados por los "sociales". Aquellos que no disponían de coche para alejarse de Baeza fueron sacados de cualquier modo. Un grupo huía por la carretera. Los que llegaron a Úbeda (una ciudad próxima) vieron que en el cuartel de la Guardia Civil los oficiales esperaban órdenes para dirigirse a Baeza. De este modo acabó el homenaje a Antonio Machado en Baeza (Jaén), el 20 de febrero de 1966. Fueron detenidas 27 personas. Entre ellas, Moreno Galván (autor del citado artículo), Pedro Caba (médico), Eduardo Úrculo (pintor), Alfredo Flores (abogado), J. A. Ramos Herranz (ingeniero), Pedro Bicenta (maestro), Carlos Álvarez (poeta), etcétera.

Este es el relato de un testigo ocular. La prensa española no ha publicado nada sobre estos hechos.
Las agencias extranjeras han dado bien poca información. La mayor parte de las noticias, a través del propio ministro. Algunas de ellas son ignominiosas, como las redactadas por una agencia americana que tergiversaba los hechos, presentándolos como un enfrentamiento entre dos grupos, lo que había obligado a la policía a intervenir para mantener el orden.
De los 27 detenidos, 16 fueron puestos en libertad por la noche; 11 fueron retenidos y conducidos a Jaén, donde fueron puestos en libertad al día siguiente tras haber pagado una multa que oscilaba, según los casos, de 5.000, 10.000 y 15.000 pesetas a las 25.000.

__________
Texto aparecido en Il Ponte (Firenze, XXII, 3-marzo-1966) y traducido del italiano por Antonio Chicharro. Fue recogido en la segunda edición de Antonio Machado y Baeza a través de la crítica (Granada, Universidad de Granada, 1992).




Todo fue como lo cuenta Delogu, excepto quizá ese exagerado 2.500 personas. Habría unas 1.000, todo lo más, que ya eran muchas. No sé quién hizo estas fotos que hemos conservado en casa todos estos años hasta que hace pocos días las tuve escaneadas (gracias al Museo Reina Sofía, en cuyos archivos han quedado depositadas. Gracias, María José; gracias, Miguel). Copyright, pues, desconocido, de momento.
En las fotos se ve cómo atravesamos el pueblo, primero la plaza y después la calle que nos llevó hacia las afueras, hacia el camino-paseo de Machado. El paisaje (las colinas de olivares que se perdían en un horizonte gris verdoso) era muy hermoso. Con una calidad recia y melancólica. Una transición entre la muy civil y renacentista Baeza y la no menos culta y rural alineación de los olivos entre colinas. Recuerdo que se habló de eso: de la gran cultura del olivo como precedente de la gran cultura de la ciudad.
Los niños que somos hijos de aquellos hombres y mujeres que hacían cosas como homenajear a Machado en Baeza en 1966 tuvimos mucha suerte. La suerte de aprender que los grandes trazos civilizadores se gestan y se perfeccionan entre lo que llamamos cultura popular. Recuerdo que caminamos despacio y tranquilos mientras avanzábamos por las calles de Baeza. Recuerdo que a la salida del pueblo se instaló una cierta urgencia: queríamos llegar a un punto en que el camino trazaba una curva hacia la izquierda. A partir de ahí el camino-paseo se convertía en camino-camino hacia campo abierto. Recuerdo gritos que rompieron los murmullos. Recuerdo la pistola contra el cielo gris. Pienso ahora, al ver las fotos, al recordar, que en toda la acción había una perfecta armonía de fondo y forma. Tanto los que queríamos homenajear a Machado como los que querían abortar nuestro homenaje conocíamos de antemano toda la secuencia de hechos y consecuencias y no intentamos impedirla. Recuerdo luego aquel camino tan largo de vuelta al pueblo y aquel barro. Y el frío que hacía. Recuerdo la confusión y las carreras al entrar en el pueblo. Recuerdo a aquel camarero (gracias mil si todavía vives) del enorme bar de la plaza que nos traía vasos de leche caliente a los niños que pasamos aquel día dibujando lo que habíamos visto mientras nuestras madres intentaban saber algo de nuestros padres desaparecidos. Recuerdo (gracias mil también a quien corresponda) la noche en aquella cama enorme de una casa de Baeza donde varios niños dormimos a ratos, vestidos y a punto para salir corriendo. Recuerdo la carrera de madrugada hacia el coche, el cuatro ele familiar, y la persecución del coche celular que se llevaba a nuestros padres hacia Jaén. Y recuerdo el enorme alivio de verlos gastarnos bromas y hacernos gestos tranquilizadores desde el ventanuco enrejado de la puerta de atrás. Menos mal que todo quedó en juicios y multas, como casi siempre.


























domingo, 27 de junio de 2010

Botijos 2

Hablábamos hace unos días de botijos y luego nos liamos a hablar de otras cosas, aunque, si se fijan bien, notarán ustedes que a fin de cuentas siempre estamos hablando de lo mismo. Retomemos el hilo. Pues resulta que un día se inventó el botijo de nevera. Para más escarnio, el botijo vidriado de nevera. (Les recuerdo que el botijo CLÁSICO, el botijo ANCESTRAL, servía para refrescar el agua aun entre los surcos ardientes de la vega del Guadalquivir en pleno mes de agosto.) Pues el achaparrado botijo de nevera no cumple su sagrada función. Sólo enfría si uno lo mete en una nevera; y si luego uno sale corriendo y se acerca hasta la vega del Guadalquivir, llegará con un botijo con el agua a medio cocer, que no es lo mismo. Me darán la razón si lo prueban. Pues así todo. Hubo un genial diseñador (nórdico) que diseñó un aparato (aparatoso) para exprimir limones. El cacharro no es feo, pero mide como medio metro de alto y tiene un montón de trastillos y lengüetas que hay que lavar después de exprimir el limón. En mi casa, para exprimir limones, seguimos una vieja fórmula: pillamos el limón, lo partimos por la mitad sin muchos miramientos estéticos, le clavamos un tenedor de los de toda la vida y lo espachurramos con la mano libre. El jugo sale (doy fe) y cumple su sagrada función de agriarnos la comida. Hay otro método más sofisticado. Baja uno al chino de la esquina y se compra por un euro un exprimelimones de plástico amarillo o rosa (unos veinte centímetros de diámetro). Lo usa y lo abusa, y cuando va perdiendo los colores de la vida, le da cristiana sepultura sin lágrimas ni arrepentimiento y baja corriendo a comprarse otro (malva). ¡Viva el diseño!

domingo, 20 de junio de 2010

Pier Paolo, Orson y Federico



–¿Me permite unas palabras? Le ruego me perdone si le molesto. Soy del... Sera.
–Diga, diga.
–Si me lo permite, querría hacerle una breve entrevista.
–No más de cuatro preguntas.
–La primera pregunta sería: ¿Qué quiere expresar con esta nueva obra?
–Mi íntimo, profundo, arcaico catolicismo.
–¿Y qué opina de la sociedad italiana?
–El pueblo más analfabeto, la burguesía más ignorante de Europa.
–Ah. ¿Y qué opina de la muerte?
–Como marxista, es un hecho que no me paro a considerar.
–Cuarta y última pregunta: ¿Qué opina de nuestro gran director de cine Federico Fellini?
–Él baila... Él baila.
–Ah. Gracias. Enhorabuena. Hasta la vista.
–¡Oiga! “¡Yo soy una fuerza del Pasado!”. Es un poema. En la primera parte el poeta describe ciertas antiguas ruinas de las que nadie entiende el estilo ni la historia, y ciertas horrendas construcciones modernas que, por el contrario, todos entienden.

Después, sigue tal que así: “Yo soy una fuerza del Pasado. Sólo en la tradición se encuentran mis querencias. Vengo de las ruinas, de las iglesias, de los retablos, de los burgos olvidados sobre los Apeninos y sobre las estribaciones de los Alpes, donde vivieron mis hermanos. Vago por la Tuscolana como un loco, por la Appia como un perro sin amo. O contemplo los crepúsculos, las mañanas sobre Roma, sobre la Ciociaria, sobre el mundo, como los primeros actos de la historia ulterior a los que subsisto, por privilegio de registrador, desde la linde extrema de alguna edad
sepulta. Monstruoso es quien nace de las vísceras de una mujer muerta. Y yo, feto adulto, deambulo, más moderno que cualquier moderno, buscando a los hermanos que ya no están”. ¿Ha entendido algo?
–Bueno, he entendido mucho. Un paseo por la Tuscolana...
–Anote, anote lo que le digo. Usted no ha entendido nada porque es un pequeño burgués. ¿Digo bien?
–Bueno... sí.
–¿Pero usted no sabe lo que es un pequeñoburgués? Es un monstruo, un peligroso delincuente; conformista, colonialista, racista, esclavista,
donnadista.
–Juajejeje.
–¿Tiene usted problemas de corazón?
–No, no; le estaba poniendo los cuernos.
–Lástima, porque si hubiese palmado habría sido un buen tanto para el lanzamiento de la película. De todas formas, usted no existe. Para el capital no existe la mano de obra que no contribuye a la producción, y el productor de mi película es también el dueño de su periódico. Adiós.


Donnadista o cualquierista (del italiano qualunquista): persona que hace alarde de su insignificancia. Este estupendo neologismo apareció en Italia a raíz de la creación en 1944 de un partido a-político, el Fronte dell'Uomo Qualunque (Frente del Hombre Cualquiera). Nació el engendro desde una cierta prensa aficionada a la calumnia disfrazada de broma. Su ideario era sencillo: 1) abajo el comunismo; 2) abajo el gran capital; 3) acabemos con los juicios contra los responsables del fascismo; 4) defraudemos a la hacienda pública; 5) rechacemos todos los partidos políticos porque todos engañan al hombre corriente, al hombre apolítico, al pobre hombre insignificante. El partido tuvo algunos éxitos en aquellos primero años de la posguerra italiana. Luego quedó asimilado a los partidos monárquicos y neofascistas y desapareció. ¿O no?
La película (este genial corte de La ricotta, de Pasolini) dice mucho más de lo que parece. Pasolini SABÍA. Parece que se ríe, pero no se ríe. Orson nos dice que Pier Paolo nos acusa porque somos responsables de que él sea (Pier Paolo) esa monstruosa fuerza del pasado. Y Orson también nos dice que Pier Paolo piensa que Federico baila (¿pasa de todo, como los bailarines de La ricotta?). La cosa no tiene ninguna gracia porque Pier Paolo fue exterminado y porque ese insignificante y
peligroso donnadie es el que controla el cotarro. En Italia y en todas partes.

jueves, 17 de junio de 2010

Miradas


Situación: Museo de Arte Moderna do Rio de Janeiro.
Expone: Manolo Millares.
Captó el instante: Fernando Goldgaber.
Año: 1965.


Parece imposible. ¿Estaba de verdad esa monja andando por allí? Uno tiende a creer que Goldgaber colocó a la monja en el punto de fuga y esperó para ver qué pasaba.
Aunque, si fue así, los restantes personajes no sabían nada. El aburrimiento de la señorita en primer plano, las actitudes de la mamá con las dos chicas; una tan atenta a su mamá y al cuadro; la otra, la desvengorzada, riéndose despiadadamente de la monja.

Aunque, si fue así, chapeau por la monja-actriz. Ese morro ofendido, esa mano en el pecho protectora. Y qué suerte tuvo Millares de que el retrato de la monja estuviera precisamente allí.

sábado, 12 de junio de 2010

Cosas que complican la vida

Al hilo de lo que comentaba, hoy toca tijera. Cortar; cortar y tirar. Pues resulta que aquellos zucidos y aquellas vainicas tenían algún sentido. El zurcido (invisible a todas luces) tapaba el agujero del calcetín en el que millones de mujeres guardaban lo sisado al guerrero que guerreaba para llenar el calcetín. Les parecerá oscuro todo esto, pero si dejan uds. la mente en blanco y lo vuelven a leer, la luz se hará, como dios manda. Respecto a las vainicas: nos las vemos en este caso con el aspecto suntuario de la cuestión. No vayan a pensar uds. que es este un aspecto baladí-í-í. Tener vainicas (los que no sepan nada del asunto, por favor, busquen. Contarlo cuesta casi tanto como hacerlo) es (era) lo que diferenciaba a la hembra de la especie con tiempo sobrante de aquella otra más aficionada a los cocidos y que vivía en una casa sin espejos. Y ahora, olviden los calcetines y las vainicas, por favor, porque ahora vamos a hablar de botijos. Cuando yo era niña y moza había dos botijos fundamentales: el de Salvatierra y el de Ocaña. Uno rojo y el otro blanco. El país estaba dividido entre los partidarios de Ocaña y los de Salvatierra. Yo prefería Salvatierra. ¿Por qué? Adivino, pues tonta del todo no soy, que todos se inclinan por el aspecto metafórico de la cuestión. Pues no. Es que el de Salvatierra tenía dibujitos y Ocaña era demasiado austero para mi gusto de entonces. Ahora bien, ¿saben uds. para qué sirve un botijo? Se lo cuento, no hace falta que lo busquen. Pónganse uds. en un campo netamente español a trabajar bajo un sol español y coloquen el botijo en la linde del campo (para no cargárselo al pasar), muéranse uds. de sed y diríjanse con ansiedad al botijo. Jamás los defraudará. El agua que sale de un botijo tiene esa temperatura y calidad que roza la perfección. No está helada sino fresca. Pueden uds. beber hasta hartarse sin que les rechinen los dientes y hasta echarse un chorrillo por la cabeza (es uno de los grandes placeres de la vida si están en un campo netamente español etc.). Además, está el sabor. Pruébenlo, no quiero ponerme literaria. Bueno, pues resulta que un buen día llegó el diseño (design) al botijo, y se inventó el botijo de nevera, una especie de cosa aplastada por los polos para poderla meterla en el frigidaire o refrigerator. Ahora el invento está bastante desprestigiado, pero en los años ochenta (del pasado siglo) causaba furor. No había nevera sin su botijo. ¿Y de qué va esta entrada de bloj? Lo sabrán si tienen paciencia. Por cierto, acabo de darme cuenta de que esta cosa está programada con la hora del Pacífico (el océano, supongo), así que les informo de que en Madrid ha dejado de llover, de que hoy es sááábado y de que me voy a darme una vuelta.

martes, 8 de junio de 2010

Cortes

Qué raro esto de hablar para nadie, o para alguien que no tiene cuerpo terrenal. Lo cierto es que a mí me gusta hablar con la gente cuando la gente está delante y puedo verle la cara que pone cuando digo algo. También me gusta conversar y discutir (en el anticuado sentido del término de alegar opiniones controvertidas) con varios amigos: yo hablo, tú hablas, él habla, etc. Todos podemos vernos las caras y los ojos de la cara, los gestos de impaciencia o de cabreo, las sonrisas de lado, los bostezos de aburrimiento. Así nos enteramos de cuándo toca callar, interrumpir al amigo insoportable o acabar la discusión y largarse a casa.
Para que ustedes lo sepan (qué raro suponer que esto le pueda interesar a alguien), tengo tres hijos, un marido, una madre, un hermano y dos sobrinos. También tengo primos y tíos y tías y un puñado de amigos. Suelo llevarme razonablemente bien con casi todos ellos aunque, por razones casi siempre sentimentales, a veces nos ponemos malas caras durante una temporada. Tuve la suerte de que mi mejor amigo quisiera vivir conmigo y de que la que ahora es mi mejor amiga viviera en Barcelona, donde yo también vivo exiliada (para mi suerte) desde hace mil años. Como habrán adivinado soy española, aunque nací en Madrid, capital de la nada (para su suerte). A pesar de que de muy jovencita pinté algunos cuadros, aquello del arte no cuajó y ahora me dedico a llevar una editorial que ya veremos si cuaja. Y como presentación del personaje hablante, basta y sobra.
En cuanto a la cosa, que en cinco minutos decidí llamar Hilo, aguja y tijera, pues no tengo ni idea de lo que es. Supongo que le puse ese nombre con intenciones constructivas: enhebrar la aguja, coser los pedazos, etc. Sin embargo no se me escapa que también aparece por ahí la tijera, y eso también me gusta. La otra razón es de risa. Cuando yo era chica, en los colegios de España se enseñaba a las niñas una asignatura que completaba la tríada de las llamadas marías. Eran asignaturas destinadas a perder el tiempo y estaban llenas de palabras derivadas de los espíritus, las naciones y las economías del monedero, el céntimo y el brujeril ritual de hacer una sopa para varios días de una familia numerosa con los recortes de grasa de unos filetes de menos de cincuenta gramos. Pero la asignatura inspiradora de esta cosa era otra, se llamaba (o la llamábamos) HOGAR y consistía básicamente en hacer ZURCIDOS INVISIBLES. Se trataba de recomponer la trama de un tejido descompuesto o agujereado (casi siempre un calcetín) hasta que nadie; repito, nadie, se diera cuenta de que el calcetín, la media, o lo que fuera, tenía un agujero de origen. Pues esta cosa es lo mismo. Se trata, como todo el mundo habrá captado a estas alturas, de una actividad peculiarmente femenina.