domingo, 27 de junio de 2010

Botijos 2

Hablábamos hace unos días de botijos y luego nos liamos a hablar de otras cosas, aunque, si se fijan bien, notarán ustedes que a fin de cuentas siempre estamos hablando de lo mismo. Retomemos el hilo. Pues resulta que un día se inventó el botijo de nevera. Para más escarnio, el botijo vidriado de nevera. (Les recuerdo que el botijo CLÁSICO, el botijo ANCESTRAL, servía para refrescar el agua aun entre los surcos ardientes de la vega del Guadalquivir en pleno mes de agosto.) Pues el achaparrado botijo de nevera no cumple su sagrada función. Sólo enfría si uno lo mete en una nevera; y si luego uno sale corriendo y se acerca hasta la vega del Guadalquivir, llegará con un botijo con el agua a medio cocer, que no es lo mismo. Me darán la razón si lo prueban. Pues así todo. Hubo un genial diseñador (nórdico) que diseñó un aparato (aparatoso) para exprimir limones. El cacharro no es feo, pero mide como medio metro de alto y tiene un montón de trastillos y lengüetas que hay que lavar después de exprimir el limón. En mi casa, para exprimir limones, seguimos una vieja fórmula: pillamos el limón, lo partimos por la mitad sin muchos miramientos estéticos, le clavamos un tenedor de los de toda la vida y lo espachurramos con la mano libre. El jugo sale (doy fe) y cumple su sagrada función de agriarnos la comida. Hay otro método más sofisticado. Baja uno al chino de la esquina y se compra por un euro un exprimelimones de plástico amarillo o rosa (unos veinte centímetros de diámetro). Lo usa y lo abusa, y cuando va perdiendo los colores de la vida, le da cristiana sepultura sin lágrimas ni arrepentimiento y baja corriendo a comprarse otro (malva). ¡Viva el diseño!

domingo, 20 de junio de 2010

Pier Paolo, Orson y Federico



–¿Me permite unas palabras? Le ruego me perdone si le molesto. Soy del... Sera.
–Diga, diga.
–Si me lo permite, querría hacerle una breve entrevista.
–No más de cuatro preguntas.
–La primera pregunta sería: ¿Qué quiere expresar con esta nueva obra?
–Mi íntimo, profundo, arcaico catolicismo.
–¿Y qué opina de la sociedad italiana?
–El pueblo más analfabeto, la burguesía más ignorante de Europa.
–Ah. ¿Y qué opina de la muerte?
–Como marxista, es un hecho que no me paro a considerar.
–Cuarta y última pregunta: ¿Qué opina de nuestro gran director de cine Federico Fellini?
–Él baila... Él baila.
–Ah. Gracias. Enhorabuena. Hasta la vista.
–¡Oiga! “¡Yo soy una fuerza del Pasado!”. Es un poema. En la primera parte el poeta describe ciertas antiguas ruinas de las que nadie entiende el estilo ni la historia, y ciertas horrendas construcciones modernas que, por el contrario, todos entienden.

Después, sigue tal que así: “Yo soy una fuerza del Pasado. Sólo en la tradición se encuentran mis querencias. Vengo de las ruinas, de las iglesias, de los retablos, de los burgos olvidados sobre los Apeninos y sobre las estribaciones de los Alpes, donde vivieron mis hermanos. Vago por la Tuscolana como un loco, por la Appia como un perro sin amo. O contemplo los crepúsculos, las mañanas sobre Roma, sobre la Ciociaria, sobre el mundo, como los primeros actos de la historia ulterior a los que subsisto, por privilegio de registrador, desde la linde extrema de alguna edad
sepulta. Monstruoso es quien nace de las vísceras de una mujer muerta. Y yo, feto adulto, deambulo, más moderno que cualquier moderno, buscando a los hermanos que ya no están”. ¿Ha entendido algo?
–Bueno, he entendido mucho. Un paseo por la Tuscolana...
–Anote, anote lo que le digo. Usted no ha entendido nada porque es un pequeño burgués. ¿Digo bien?
–Bueno... sí.
–¿Pero usted no sabe lo que es un pequeñoburgués? Es un monstruo, un peligroso delincuente; conformista, colonialista, racista, esclavista,
donnadista.
–Juajejeje.
–¿Tiene usted problemas de corazón?
–No, no; le estaba poniendo los cuernos.
–Lástima, porque si hubiese palmado habría sido un buen tanto para el lanzamiento de la película. De todas formas, usted no existe. Para el capital no existe la mano de obra que no contribuye a la producción, y el productor de mi película es también el dueño de su periódico. Adiós.


Donnadista o cualquierista (del italiano qualunquista): persona que hace alarde de su insignificancia. Este estupendo neologismo apareció en Italia a raíz de la creación en 1944 de un partido a-político, el Fronte dell'Uomo Qualunque (Frente del Hombre Cualquiera). Nació el engendro desde una cierta prensa aficionada a la calumnia disfrazada de broma. Su ideario era sencillo: 1) abajo el comunismo; 2) abajo el gran capital; 3) acabemos con los juicios contra los responsables del fascismo; 4) defraudemos a la hacienda pública; 5) rechacemos todos los partidos políticos porque todos engañan al hombre corriente, al hombre apolítico, al pobre hombre insignificante. El partido tuvo algunos éxitos en aquellos primero años de la posguerra italiana. Luego quedó asimilado a los partidos monárquicos y neofascistas y desapareció. ¿O no?
La película (este genial corte de La ricotta, de Pasolini) dice mucho más de lo que parece. Pasolini SABÍA. Parece que se ríe, pero no se ríe. Orson nos dice que Pier Paolo nos acusa porque somos responsables de que él sea (Pier Paolo) esa monstruosa fuerza del pasado. Y Orson también nos dice que Pier Paolo piensa que Federico baila (¿pasa de todo, como los bailarines de La ricotta?). La cosa no tiene ninguna gracia porque Pier Paolo fue exterminado y porque ese insignificante y
peligroso donnadie es el que controla el cotarro. En Italia y en todas partes.

jueves, 17 de junio de 2010

Miradas


Situación: Museo de Arte Moderna do Rio de Janeiro.
Expone: Manolo Millares.
Captó el instante: Fernando Goldgaber.
Año: 1965.


Parece imposible. ¿Estaba de verdad esa monja andando por allí? Uno tiende a creer que Goldgaber colocó a la monja en el punto de fuga y esperó para ver qué pasaba.
Aunque, si fue así, los restantes personajes no sabían nada. El aburrimiento de la señorita en primer plano, las actitudes de la mamá con las dos chicas; una tan atenta a su mamá y al cuadro; la otra, la desvengorzada, riéndose despiadadamente de la monja.

Aunque, si fue así, chapeau por la monja-actriz. Ese morro ofendido, esa mano en el pecho protectora. Y qué suerte tuvo Millares de que el retrato de la monja estuviera precisamente allí.

sábado, 12 de junio de 2010

Cosas que complican la vida

Al hilo de lo que comentaba, hoy toca tijera. Cortar; cortar y tirar. Pues resulta que aquellos zucidos y aquellas vainicas tenían algún sentido. El zurcido (invisible a todas luces) tapaba el agujero del calcetín en el que millones de mujeres guardaban lo sisado al guerrero que guerreaba para llenar el calcetín. Les parecerá oscuro todo esto, pero si dejan uds. la mente en blanco y lo vuelven a leer, la luz se hará, como dios manda. Respecto a las vainicas: nos las vemos en este caso con el aspecto suntuario de la cuestión. No vayan a pensar uds. que es este un aspecto baladí-í-í. Tener vainicas (los que no sepan nada del asunto, por favor, busquen. Contarlo cuesta casi tanto como hacerlo) es (era) lo que diferenciaba a la hembra de la especie con tiempo sobrante de aquella otra más aficionada a los cocidos y que vivía en una casa sin espejos. Y ahora, olviden los calcetines y las vainicas, por favor, porque ahora vamos a hablar de botijos. Cuando yo era niña y moza había dos botijos fundamentales: el de Salvatierra y el de Ocaña. Uno rojo y el otro blanco. El país estaba dividido entre los partidarios de Ocaña y los de Salvatierra. Yo prefería Salvatierra. ¿Por qué? Adivino, pues tonta del todo no soy, que todos se inclinan por el aspecto metafórico de la cuestión. Pues no. Es que el de Salvatierra tenía dibujitos y Ocaña era demasiado austero para mi gusto de entonces. Ahora bien, ¿saben uds. para qué sirve un botijo? Se lo cuento, no hace falta que lo busquen. Pónganse uds. en un campo netamente español a trabajar bajo un sol español y coloquen el botijo en la linde del campo (para no cargárselo al pasar), muéranse uds. de sed y diríjanse con ansiedad al botijo. Jamás los defraudará. El agua que sale de un botijo tiene esa temperatura y calidad que roza la perfección. No está helada sino fresca. Pueden uds. beber hasta hartarse sin que les rechinen los dientes y hasta echarse un chorrillo por la cabeza (es uno de los grandes placeres de la vida si están en un campo netamente español etc.). Además, está el sabor. Pruébenlo, no quiero ponerme literaria. Bueno, pues resulta que un buen día llegó el diseño (design) al botijo, y se inventó el botijo de nevera, una especie de cosa aplastada por los polos para poderla meterla en el frigidaire o refrigerator. Ahora el invento está bastante desprestigiado, pero en los años ochenta (del pasado siglo) causaba furor. No había nevera sin su botijo. ¿Y de qué va esta entrada de bloj? Lo sabrán si tienen paciencia. Por cierto, acabo de darme cuenta de que esta cosa está programada con la hora del Pacífico (el océano, supongo), así que les informo de que en Madrid ha dejado de llover, de que hoy es sááábado y de que me voy a darme una vuelta.

martes, 8 de junio de 2010

Cortes

Qué raro esto de hablar para nadie, o para alguien que no tiene cuerpo terrenal. Lo cierto es que a mí me gusta hablar con la gente cuando la gente está delante y puedo verle la cara que pone cuando digo algo. También me gusta conversar y discutir (en el anticuado sentido del término de alegar opiniones controvertidas) con varios amigos: yo hablo, tú hablas, él habla, etc. Todos podemos vernos las caras y los ojos de la cara, los gestos de impaciencia o de cabreo, las sonrisas de lado, los bostezos de aburrimiento. Así nos enteramos de cuándo toca callar, interrumpir al amigo insoportable o acabar la discusión y largarse a casa.
Para que ustedes lo sepan (qué raro suponer que esto le pueda interesar a alguien), tengo tres hijos, un marido, una madre, un hermano y dos sobrinos. También tengo primos y tíos y tías y un puñado de amigos. Suelo llevarme razonablemente bien con casi todos ellos aunque, por razones casi siempre sentimentales, a veces nos ponemos malas caras durante una temporada. Tuve la suerte de que mi mejor amigo quisiera vivir conmigo y de que la que ahora es mi mejor amiga viviera en Barcelona, donde yo también vivo exiliada (para mi suerte) desde hace mil años. Como habrán adivinado soy española, aunque nací en Madrid, capital de la nada (para su suerte). A pesar de que de muy jovencita pinté algunos cuadros, aquello del arte no cuajó y ahora me dedico a llevar una editorial que ya veremos si cuaja. Y como presentación del personaje hablante, basta y sobra.
En cuanto a la cosa, que en cinco minutos decidí llamar Hilo, aguja y tijera, pues no tengo ni idea de lo que es. Supongo que le puse ese nombre con intenciones constructivas: enhebrar la aguja, coser los pedazos, etc. Sin embargo no se me escapa que también aparece por ahí la tijera, y eso también me gusta. La otra razón es de risa. Cuando yo era chica, en los colegios de España se enseñaba a las niñas una asignatura que completaba la tríada de las llamadas marías. Eran asignaturas destinadas a perder el tiempo y estaban llenas de palabras derivadas de los espíritus, las naciones y las economías del monedero, el céntimo y el brujeril ritual de hacer una sopa para varios días de una familia numerosa con los recortes de grasa de unos filetes de menos de cincuenta gramos. Pero la asignatura inspiradora de esta cosa era otra, se llamaba (o la llamábamos) HOGAR y consistía básicamente en hacer ZURCIDOS INVISIBLES. Se trataba de recomponer la trama de un tejido descompuesto o agujereado (casi siempre un calcetín) hasta que nadie; repito, nadie, se diera cuenta de que el calcetín, la media, o lo que fuera, tenía un agujero de origen. Pues esta cosa es lo mismo. Se trata, como todo el mundo habrá captado a estas alturas, de una actividad peculiarmente femenina.