martes, 8 de junio de 2010

Cortes

Qué raro esto de hablar para nadie, o para alguien que no tiene cuerpo terrenal. Lo cierto es que a mí me gusta hablar con la gente cuando la gente está delante y puedo verle la cara que pone cuando digo algo. También me gusta conversar y discutir (en el anticuado sentido del término de alegar opiniones controvertidas) con varios amigos: yo hablo, tú hablas, él habla, etc. Todos podemos vernos las caras y los ojos de la cara, los gestos de impaciencia o de cabreo, las sonrisas de lado, los bostezos de aburrimiento. Así nos enteramos de cuándo toca callar, interrumpir al amigo insoportable o acabar la discusión y largarse a casa.
Para que ustedes lo sepan (qué raro suponer que esto le pueda interesar a alguien), tengo tres hijos, un marido, una madre, un hermano y dos sobrinos. También tengo primos y tíos y tías y un puñado de amigos. Suelo llevarme razonablemente bien con casi todos ellos aunque, por razones casi siempre sentimentales, a veces nos ponemos malas caras durante una temporada. Tuve la suerte de que mi mejor amigo quisiera vivir conmigo y de que la que ahora es mi mejor amiga viviera en Barcelona, donde yo también vivo exiliada (para mi suerte) desde hace mil años. Como habrán adivinado soy española, aunque nací en Madrid, capital de la nada (para su suerte). A pesar de que de muy jovencita pinté algunos cuadros, aquello del arte no cuajó y ahora me dedico a llevar una editorial que ya veremos si cuaja. Y como presentación del personaje hablante, basta y sobra.
En cuanto a la cosa, que en cinco minutos decidí llamar Hilo, aguja y tijera, pues no tengo ni idea de lo que es. Supongo que le puse ese nombre con intenciones constructivas: enhebrar la aguja, coser los pedazos, etc. Sin embargo no se me escapa que también aparece por ahí la tijera, y eso también me gusta. La otra razón es de risa. Cuando yo era chica, en los colegios de España se enseñaba a las niñas una asignatura que completaba la tríada de las llamadas marías. Eran asignaturas destinadas a perder el tiempo y estaban llenas de palabras derivadas de los espíritus, las naciones y las economías del monedero, el céntimo y el brujeril ritual de hacer una sopa para varios días de una familia numerosa con los recortes de grasa de unos filetes de menos de cincuenta gramos. Pero la asignatura inspiradora de esta cosa era otra, se llamaba (o la llamábamos) HOGAR y consistía básicamente en hacer ZURCIDOS INVISIBLES. Se trataba de recomponer la trama de un tejido descompuesto o agujereado (casi siempre un calcetín) hasta que nadie; repito, nadie, se diera cuenta de que el calcetín, la media, o lo que fuera, tenía un agujero de origen. Pues esta cosa es lo mismo. Se trata, como todo el mundo habrá captado a estas alturas, de una actividad peculiarmente femenina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario